domingo, 8 de junio de 2008

Arte y Ciencia

Arte y Ciencia
Texto de Wolfgang Paalen 
Publicado en la revista Dyn 3


La controversia que opuso, hace mas de un siglo, el poeta al sabio, no quedo liquidada sino en apariencia, y en realidad continúa revelándose como uno de los conflictos mayores de nuestra civilización. Se trata de la controversia entre Goethe y Newton a propósito de la óptica de Newton. Lo que choca de inmediato es el desprecio agresivo del poeta, su cólera en apariencia poco pertinente al tema. Goethe contra Newton sostenía que a quien quiere separar la luz en colores hay que considerarlo un simio; son nuevos oscurantistas, cuando no gente deshonesta, aquellos que pretenden componer de luces coloreadas la luz enteramente pura. El poeta, a toda costa, con fundamento o sin él, trata de desacreditar la óptica newtoniana con tal vehemencia, que se ve claro que su indignación tiene como blanco algo más esencial que los problemas ópticos discutidos en su “Farbenlehre” (Tratado sobre los colores). No es éste el lugar para ocuparse con detalle de una querella que la ciencia ha resuelto hace tiempo a favor de Newton. Schopenhauer, que ensayó vanamente defender la teoría del poeta, toca el punto esencial cuando reprocha a Newton que interpreta como cantidad lo que es calidad . Mas el filosofo idealista “resuelve” el problema por medio de la confusión entre calidad y cantidad que continua siendo característica del pensamiento metafísico, tanto idealista como materialista. Goethe veía más justamente cuando afirmaba que calidad y cantidad deben considerarse como los dos polos de la existencia perceptible. Hay que añadir, sin embargo, que el poeta no admite esta polaridad sino teóricamente y con tales restricciones que hace imposible la investigación científica. En la practica, al proclamar que la física debe considerar la luz como entidad suprema e indivisible, lo que hace es excluir la interpretación cuantitativa. Por lo demás, como no admite sino la comprensión cuantitativa del universo y protesta contra los procedimientos inquisitoriales de la nueva física que quiere forzar los secretos de la naturaleza con “tenazas y palancas”; y porque se niega a considerar la luz de otra manera que como totalidad cualitativa, sus ensayos ópticos no podían progresar.

En contraste con Goethe, Newton en esta interpretación mecanista del universo, que durante dos siglos ha llegado a ser el credo científico, prácticamente no reconoció sino la interpretación cuantitativa de la realidad. Este interés exclusivo en las relaciones cuantitativas ha continuado siendo tan dominante en la física moderna que Bertrand Russell ha podido decir que había la posibilidad de que un hombre ciego conociera toda nuestra física. Sin suscribir esta afirmación, es innegable que un sabio ciego podría conocer suficiente para influir la teoría y la practica de aquellos que ven. Porque la reducción del conocimiento a fórmulas cuantitativas ha permitido una tal capitalización del saber, que la actividad de un sabio privado de vista podría ejercer incluso en lo que por excelencia constituye el dominio de lo visible. De esta manera, no seria del todo imposible que un ciego se ocupara de óptica y que descubriera, por ejemplo, interactividades desconocidas de los colores. En todo caso, ya que la sensibilidad de nuestra retina no abarca sobre el mapa del espectro electromagnético sino una estrecha banda ecuatorial llamada “espectro visible”, el profesor ciego podría servirse de aparatos análogos a los que registran automáticamente diferencias de colores que escapan a nuestro ojo. Aun más: por analogía con sus sensaciones táctiles, auditivas u olfativas, le seria posible llegar también a una cierta comprensión psicológica del mundo de los colores. Hay una objeción a esto: el ciego no sabría, a pesar de todo, sino designar colores sin conocerlos, pues sabría manipularlos únicamente en un orden numérico por la escala de longitudes de ondas correspondientes –es decir, no conocería sino nombres y cifras; aun si por analogía obtiene una noción psicológica, el sutil ciego, por muy sutil que sea, ignorara siempre lo esencial: la calidad. ¿El mismo Russell no dice acaso que no se puede, en fin de cuentas, hacer comprender la palabra rojo sino señalando algún objeto de este color? Esta objeción, sin embargo, no es concluyente. Desde que el ciego puede conocer bastante de óptica para influir sobre la practica de los videntes, es innegable que conoce parte importante en el asunto. Y el hecho de que ni uno ni innumerables ciegos hayan podido crear nuestra física y su óptica, de ninguna manera excluye que puedan servirse de conocimientos acumulados producto de experiencias que ellos mismos no han podido hacer. Ampliando el ejemplo, no es acaso evidente que nuestro mundo esta dominado por toda especie de ciegos que se sirven con una habilidad funesta de muy poderosos instrumentos que ellos mismos hubieran sido incapaces de crear. No hay que ser ni químico ni matemático para lanzar bombas –y probablemente es por esto que nuestra civilización se asemeja tanto a un gigante ciego.

Como la coordinación cuantitativa hace que las cosas sean fácilmente manejables, y, en consecuencia es la más apta para la actividad colectiva, esta coordinación se ha mostrado tan fecunda en resultados prácticos. Las máquinas son sus criaturas, y si uno no se contenta con explicar los grandes cambios históricos por la inmaculada concepción dialéctica, es fácil ver que para una cultura que no considera como real sino lo que se puede expresar en cifras, el capitalismo era la expresión económica adecuada. Porque el capitalismo es la expresión de las relaciones de poder en forma puramente cuantitativa. En este sentido, Sombart entendió muy bien que la contabilidad por partida doble ha nacido del mismo espíritu que los sistemas de Galileo y de Newton, porque se asientan en “la idea…que todas las cosas son comprensibles únicamente en tanto que cantidades”. En el capitalismo una omnipresente tendencia cuantitativa halla su forma mas repugnante y mas nefasta. Sin embargo, en la medida en que las doctrinas materialistas sostienen que todo el mal proviene de un desajuste cuantitativo, que el desarrollo industrial conduce automáticamente ha soluciones mejores, con ello prueban únicamente que comparten con los defensores del capitalismo el prejuicio característico de nuestra civilización.

Afirmar que una cosa es necesaria por el hecho de que existe, puede ser muy tranquilizador, pero no añade nada a la comprensión. Solo una vanidad muy ingenua toma sucesión por progreso y acepta la superioridad inevitable del ultimo que viene.

Otras culturas, que no tenemos ningún derecho a considerar como inferiores a la nuestra, se ocuparon esencialmente de la calidad. En la antigua Grecia, por ejemplo, esta tendencia se expresa en el hecho de que las matemáticas griegas pueden derivarse enteramente de números naturales. Al no disociar entre formas y números , los griegos no supieron inventar el gran símbolo que es el ombligo del álgebra: el cero –inventado igualmente por la India antigua y por los Mayas. Incluso Aristóteles no consideraba las relaciones cuantitativas sino como “accidententales”. Y esta tendencia a no abandonar la idea de totalidades cualitativas, que hizo la unidad del universo griego, ciertamente que no es por entero inconsciente, como tampoco lo era la sorda resistencia de Goethe contra el desarrollo irracional de las matemáticas de su época. En la medida en que es el continuador de Platón, Kant participa igualmente de esta resistencia, y su discípulo, Schiller, en un poema célebre, hace que perezca el audaz que se sumerge hasta llegar al caos abisal prohibido para los ojos humanos –exactamente como el mito griego hace perecer a aquel que revela lo amorfo, “porque lo Indecible y lo Inimaginable por siempre han de quedar ocultos”. Dicho de otra manera, para ellos el hombre no ha de querer asir sino lo que puede expresar en términos de cualidades humanas.

Esto puede parecer en contradicción con la anticipación que hizo Demócrito de la teoría atómica. Porque al decir que “lo dulce es dulce, lo amargo amargo, lo frío frío, únicamente por convención”, Demócrito parece anticiparse a Galileo para quien esas percepciones cualitativas no son sino “nombres”. Mas para Grecia esta teoría continúa siendo un hallazgo filosófico; prácticamente la ciencia antigua no mide sino clasifica entidades cuantitativas. En tanto que la ciencia moderna nace precisamente de las experiencias de Galileo, quien comienza a establecer “leyes” universales basadas sobre lo conmensurable. La objeción que no debemos considerar la física como sola ciencia, que hay atrás cuya ocupación no es únicamente la cantidad, no toca lo esencial. Desde luego, porque ha sido ella la que ha sabido desarrollar el método de investigación más fecundo, el método de “el experimento controlado”.

Pero la vida no consiste de abstracciones –y para una inteligencia que no se inclina al ascetismo sabio, es insoportable vivir en un estado de ceguera emocional en el desierto de una realidad cuantitativa. Newton se libro del aprieto con un Dios-mecánico-en-jefe que una vez por todas puso en marcha la máquina universal, la cual desde entonces no tiene sentido sino que realizar durante el infinito “su negocio inimaginable de jala y empuja”. Para aquellos que exigen más, había que volver a hallar las cualidades. ¿Mas donde? ¡Pobres cualidades! Expulsadas de la realidad científica, un primer contingente fue rechazado hacia el purgatorio metafísico bajo la vaga designación de “cualidades secundarias”; secundarias o no; pronto al menos tuvieron la satisfacción de ver que se les unían las otras. Porque la física, incapaz a la larga de retener ni aún teóricamente (prácticamente nunca lo había podido) algunas especies de cualidades, terminó por abandonarlas casi todas. La filosofía las adoptó, pero las trató como madrastra. Porque la filosofía, hasta nuestros días, se sirve para sus ejercicios de ventriloquismo de una muñeca metafísica rellenada con los subproductos de las matemáticas y físicas al uso. Y como esas ciencias no sabían qué hacer con las cualidades, por fuerza tuvo la filosofía a su vez que excluirlas de su realidad neumenal – las empujó, por decirlo así, de una realidad a la otra. Además, desgraciadamente, el pensamiento metafísico ha continuado fiel al método teológico de explicar una incógnita por dos incógnitas. Será quizás porque emergió con Tomas de Aquino como primer islote de razón del diluvio teológico, que la metafísica se arroga un derecho de extraterritorialidad. En realidad, cuando no sabe situar una cosa en la realidad, le añade una pieza que la alarga –una realidad postiza. Piezas de alargamiento son: lo sobrenatural para una naturaleza demasiado pequeña; lo sobreracional para una razón demasiado flaca; una libertad de doble fondo, una moral extramoral y partidaria para los fieles del “ismo” consagrado –en resumen, si no se sabe definir una cosa, se hacen dos de ella. Es cómodo, pero no conduce muy lejos. Que un pensamiento realmente profundo escape al dualismo inherente a la necesidad de admitir ciertos “ a priori” y axiomas intelectuales, es una afirmación que prueba solamente que el problema ha sido planteado equivocadamente. Porque, según la excelente observación de Ratner, “los términos son ellos mismos consecuencias y no causas originales o metafísicamente primitivas”, porque “todo esquema de ideas es ya una interpretación de la experiencia, de la experiencia de la cual ese esquema es la consecuencia formulada”. Pero solamente se volvió total la confusión, cuando una pseudo-ciencia, llamada dialéctica, pretendió reconciliar las necesidades de la vida con las exigencias del conocimiento. Es inútil volver aquí sobre este tema(1) baste con decir que incluso si el maravilloso mecanismo dialéctico de la transformación de los opuestos llego a funcionar una alguna vez en otro lugar que en la cabeza de su inventor, sin embargo la cantidad jamás pudo convertirse en calidad por la sencilla razón que cantidad y calidad no pueden de ninguna manera ser definidas como “contrarias”, como “opuestas”, ya que la cantidad presupone la calidad. Por lo demás, la confusión constante entre sucesión y causa , llevo al metafísico materialista a la necedad de tratar ciencia y arte como superestructuras. La falta de sentido, empero, es de tal modo fragrante: a nadie se le ocurriría decir que el amor es una superestructura porque es necesario nutrirse antes de procrear y porque para el individuo es mas indispensable comer que hacer el amor –ya que para la humanidad el amor es tan indispensable como el alimento. Y no es de ninguna manera lo distintivo del arte y de la ciencia presuponer la satisfacción de ciertas necesidades primordiales ya que, hablando con propiedad, el hombre no empieza sino después de la satisfacción de las mas imperiosas necesidades animales. Lo que no impide que momentáneamente pueda ser más urgente defender su vida que hacer el amor, pero sin amor no hay vida que defender. Al ver el estado en que se halla una civilización que creyó poderse burlar de los valores cualitativos, nada nos permite afirmar que la actividad artística sea menos importante, en el conjunto de la existencia, que tal actividad militante con miras a un objetivo determinado.

Porque es el arte que pertenece el dominio de la calidad. Eliminada sumariamente de todo otro lugar, la calidad no ha cesado de reinar en la inmensa extensión vedada al número, en la extensión donde la apariencia no engaña jamás. Es verdad que desde Goethe los poetas han perdido toda voz en la discusión. Pero como ningún ser viviente puede darse por satisfecho con la aprobación que la luz no es sino una cantidad de vibraciones, es tiempo de comprender que el poeta dice tan cierto como el sabio cuando proclama que la luz pertenece a la visión. Y en la medida que creemos que por medio de una fórmula científica conocemos todo lo que hay que conocer de una cosa, nos hallamos seguramente muy por debajo del siglo dieciocho. De hecho, el público (y la mayoría de los sabios) creen hoy día tan supersticiosamente en la ciencia como ayer en la hechicería. Y no se podría pretender que esta superstición vale más que la otra porque los resultados prácticos de la ciencia son beneficios en si mismos –no lo son necesariamente desde el momento en que por una manera de curar aprendemos cien maneras de matar; mientras tanto que la dominación de las fuerzas de la naturaleza en lugar de humanizar la vida bestialice al hombre. Es por esto que no se trata aquí de una rehabilitación teórica del arte sino de un problema vital. Mientras subsista la terrible frustración emocional consagrada por la ciencia, quedara abierto el camino a los charlatanes que prometen las satisfacciones emocionales indispensables. Aquellos que rehúsan arrastrase a la sombra de las iglesias en decadencia, con mucha facilidad se convierten en victimas de misticismos totalitarios.

Pero –y es aquí donde se da la gran equivocación- de su lado el poeta está en error si no quiere admitir más que la calidad emocional de las cosas, si la pone en falsa oposición al estudio de su funcionamiento. Él tiene siempre razón cuando habla como poeta. Entonces el sol esta encima de su cabeza y puede hacer de el un dios o una bola, si así le place. Pero en el momento en que cesa la inspiración, este estado de infalibilidad sonámbula por el cual el poeta pertenece a todos y no actúa como un individuo sino como un sentido de la humanidad, entonces debe desconfiar de sí mismo. Entonces debe saber de lo que habla o callarse. Porque si no, al no hablar más el poeta en nombre del misterio, corre el riesgo de actuar como mistagogo(2) que abre la puerta al obscurantismo. La discusión sobre la necesidad de crear mitos es vana. Quiérase o no, de todas maneras se formaran nuevos mitos. Le toca al poeta liberar de ellos toda la fuerza de creación, o dinamitarlos cuando se han fosilizado en iglesias.

Así como la ciencia para coordinar sus datos ha de ser normativa, el arte para emocionar debe singularizar –y no puede ser sino individualista en la medida en que cada experiencia directa es singular. Por ello ninguna obra de arte puede ser universal como una fórmula científica, pero el arte es universal en tanto que expresión primordial. Él solo puede dar la ecuación dinámica de experiencias directas en términos de valores humanos. El poeta no observa, percibe. A la inversa de la observación que compra y mide, la percepción registra en proporción del valor afectivo y así organiza rítmicamente mientras la observación coordina sistemáticamente. Por esto todos los niños tienen talento hasta que aprenden a dibujar con perspectiva; es decir, hasta que el ritmo de la expresión espontánea es destruido por la preocupación de convenciones normativas.

De ninguna manera excluye esto al arte toda preocupación de medida, como el hecho que una no puede convertirse en la otra no excluye que existan relaciones entre calidad y cantidad. Igualmente, la diferencia fundamental de procedimientos no impide que la ciencia presente aspectos estéticos y que el arte pueda constituir un problema para la ciencia. Mas esta diferencia fundamental en los medios y fines inmediatos hace que sea imposible para el sabio obrar como artista y que el arte sea científico. Por eso todo cálculo en el arte, cuando pretende ser más que en un principio puramente regulador en la ejecución de la obra, cuando quiere ser un principio constitutivo de la creación, no conduce sino a un formalismo académico. Poco importa que sea un academismo naturalista o abstracto. Por eso, el abstractivismo, que por lo demás ha hecho tanto por liberar la expresión en cuanto que trató de someterse a normas científicas y abstracciones filosóficas no ha llevado sino a ejercicios estériles. “La belleza absoluta se encuentra solamente en las figuras geométricas, en los colores puros,“ parece que se escucha a Modrian, pero quien lo dice es Platón. ¿No es paradójico que haya sido la estética de la Grecia clásica la que se ha convertido en parangón de todo academismo, de todo lo que en lugar de descubrimiento infinito busca la certeza en la medida? Paradójico porque el academismo trata de introducir nociones cuantitativas en el arte, y en cambio el pensamiento griego estaba tan esencialmente preocupado por la calidad. La paradoja es fácil de resolver. Precisamente porque la ciencia griega no trata sino de utilidades cualitativas, es que el arte en Grecia podía estar ligado a una geometría plásticamente imaginable, en cambio es incompatible con una ciencia amorfamente cuantitativa.

En la orilla opuesta, el surrealismo sigue una ruta falsa cuando quiere poetizar la ciencia, lo que no puede sino conducir al misticismo. Es necesario que el sabio y el poeta acaben por comprenderse; desde luego, que cada uno deje de creer que tiene la patente exclusiva de la verdad. La distinción entre calidad y cantidad no divide la realidad en dos partes, mas es una necesidad instrumental –al menos hasta nueva orden . La realidad es una e indivisible, pues esta palabra pierde todo sentido si no significa al mismo tiempo ser y devenir. Solamente haciendo uso de abstracciones vacías tales como “lo absoluto” y “la nada”, deja esta realidad de ser nuestra . Porque, precisamente, nosotros estamos siempre y en toda parte en la realidad y no frente a ella, es que nuestras aspiraciones humanas son validas como tales y no precisa de ninguna manera justificación de una necesidad extrahumana, cósmica. Lo que importa, y decisivamente, es comprender bien y desarrollar bien nuestros medios específicamente humanos.

La crisis capital que en este momento atraviesa la ciencia, permite tal vez la predicción de un nuevo orden; entonces la ciencia cesará de pretender que su verdad es más absoluta que la poesía y caerá en cuenta que el valor del arte es complementario del suyo en lugar de refugiarse evasivamente en la metafísica cuando su física se le vuelve muy estrecha. “Nosotros no podemos decir lo que realmente es o lo que realmente sucede, mas únicamente lo que es observable en cada caso concreto,” concluye Schroendinger que se atreve a entrever las implicaciones filosóficas de sus descubrimientos. Aunque por lo general, cuando quiere comprenderse filosóficamente a sí misma, la ciencia se parece a veces demasiado a la serpiente que pretende tragarse su cola y no llega a comprender qué es lo que le obstruye la garganta. La nueva Física de los Quanta está obligada a abandonar el determinismo riguroso, tenido hasta ahora por el fundamento mismo de la física; obligada a reconocer que es imposible conocer exacta y simultáneamente “la posición y la velocidad”; a admitir que en microfísica “no se puede hacer una distinción neta entre el fenómeno que se observa o mide y el método de observación medida”. Dicho de otra manera, si en el grado supremo de la precisión se vuelve incierta la distinción perfecta entre instrumento y materia de experiencia, ¿no se nos permitirá concluir que la física abandona su pretensión de una interpretación puramente cuantitativa que sea también satisfactoria? Algunos grandes físicos comparan las dificultades de la física microscópica con las de la introspección en psicología. A la nueva respuesta a la pregunta: ¿es que los colores existen en la luz blanca antes de que pase a través del prisma que está destinado a descomponerla?, parece equidistante de las ideas de Goethe y de Newton. Porque la nueva física responde que existen “pero solamente como existe una posibilidad antes del suceso que nos dirá si esta posibilidad se ha realizado efectivamente”(3) Como una posibilidad…¿Querrá esto decir que la nueva física se atreve a abandonar la certeza por la potencialidad? Como una posibilidad…Y ante la prueba material que entre realidad interior y exterior no hay una separación sino solamente una precaria demarcación ideal, ¿se nos permitirá añadir que lo que es pensable es posible?

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